domingo, 28 de octubre de 2012

Tengo hambre

Le rugían las tripas. Moría de hambre. Miraba la hora con desesperación esperando el momento de la cena. No quiere ni levantarse para mirar la nevera, porque sabe que no tiene nada. No tiene nada que comer. Piensa en la remota idea del canibalismo o, robar. Pero en una ciudad desolada. A tales horas de la tarde, en las cuales no ves a ningún caminante, no podía arriesgarse. Sumando el miedo de la soledad, que se había instalado instruso en su interior, desde el día en que todo acabó. 

Decidió que se aventuraría a buscar en los más recónditos lugares de la cocina. Algo habría. Alguna lata de conservas. Unas aceitunas. O en todo caso, si había suerte, incluso podría hacer masa. No es nutritivo, y tampoco pudiera ser lo más adecuado en sus circunstancias, pero no sabía qué hacer. Cuando la pobreza llega hasta el punto de la desesperación, una persona puede ser capaz de todo. 

Y más. 



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