domingo, 10 de mayo de 2015

30 de abril

Estaba sediento. No sé cómo llegué hasta aquel lugar. No sé qué me deparaba el futuro, ni qué hacía allí. Únicamente podía pensar en que necesitaba una jarra de una cerveza helada, que apagara mi tirante garganta y me refrescara las ideas, despejara mi mente de los fantasmas que no dejaban de seguirme. Había perdido la cuenta de las semanas llevaba vagando como alma en pena. Pero todo cambio esa noche. Apareció inesperada, una luciérnaga que marcó el verdadero inicio de mi camino.

Otro día más, se me hace un nudo en la garganta al recordar aquella época. Cogí mi coche, cansada de todo. Cansada del día a día. La pérdida de tiempo que me resultaba hasta levantarme de la cama. Cuando llegaba el punto extremo en el que podía decidir acabar con todo, de algún modo encontraba las fuerzas necesarias de pintarme los labios y arrancar el coche. Una vuelta a la ciudad bastaba para despejarme, pero aquel día, Dios sabe qué ocurrió. Diría tenía que ser.
No recuerdo cómo llegué. Conduje horas, horas y más horas. No recuerdo las salidas, ni los giros, solo recuerdo el viento en mi cara, y las lágrimas volando libres cual gorrión. De un momento a otro oscureció, y como un espejismo apareció un mugriento antro llamado Buckardo, o algo por el estilo. Necesitaba emborracharme. Una breve inyección para mi pesadilla.
No recuerdo un lugar más repugnante, me senté al final de la barra, para disimular si alguna lágrima se atrevía a intentar escapar, siempre queda alguna traviesa que acaba superando la barrera de las pestañas. Es incómodo y hasta agobiante cuando te preguntan qué te pasa. Supongo que sentía que cuando necesitara ayuda lo sabría y daría el paso de hablar. Por el momento, tan solo quería estar sola.



Me hice camino entre motos desordenadas, y un resplandeciente impala, me sorprendió no ver más coches. No recordaba la última vez que vi uno de aquellos. Brillaba como no he visto nunca brillar un coche. Había luna llena. Eso sí lo recuerdo perfectamente. ¿Cómo no iba a recordarlo, a pesar de no ser lo más brillante de aquella noche? Llegué a la entrada y abrí la chirriante puerta de aquel lugar. Mis ojos no tardaron en acostumbrarse al interior, pues casi se estaba más oscuro dentro que fuera. Había dos o tres fuentes de luz y bajo una de estas pocas ahí estaba ella. Radiante pelo cobrizo recogido sin ningún orden, un caos contenido. Como todo en ella. Me quedé atónito, no era un lugar en el que esperaba encontrarme a una mujer, y menos sola, y por lo que parecía, frágil. Aun de pié, en la puerta, entorpeciendo el paso, quería recorrerla con la mirada, estudiar cada gesto y movimiento de cuerpo. Cada segundo era crucial. Mi mente seguía en esa cerveza helada, pero debía ser a su lado. La vida se ralentizó y tuve el valor de decidir sentarme a su lado en aquel mohoso taburete, en el momento en el que vi que giraba cuidadosa y disimuladamente su rostro. Supe que debía hacerle compañía cuando sus cristalinos ojos se cruzaron con los míos. Así, que allí fui.