Estaba sediento. No sé cómo llegué hasta aquel lugar. No sé
qué me deparaba el futuro, ni qué hacía allí. Únicamente podía pensar en que
necesitaba una jarra de una cerveza helada, que apagara mi tirante garganta y
me refrescara las ideas, despejara mi mente de los fantasmas que no dejaban de
seguirme. Había perdido la cuenta de las semanas llevaba vagando como alma en
pena. Pero todo cambio esa noche. Apareció inesperada, una luciérnaga que marcó
el verdadero inicio de mi camino.
Otro día más, se me
hace un nudo en la garganta al recordar aquella época. Cogí mi coche, cansada
de todo. Cansada del día a día. La pérdida de tiempo que me resultaba hasta
levantarme de la cama. Cuando llegaba el punto extremo en el que podía decidir
acabar con todo, de algún modo encontraba las fuerzas necesarias de pintarme
los labios y arrancar el coche. Una vuelta a la ciudad bastaba para despejarme,
pero aquel día, Dios sabe qué ocurrió. Diría tenía que ser.
No recuerdo cómo
llegué. Conduje horas, horas y más horas. No recuerdo las salidas, ni los
giros, solo recuerdo el viento en mi cara, y las lágrimas volando libres cual
gorrión. De un momento a otro oscureció, y como un espejismo apareció un
mugriento antro llamado Buckardo, o algo por el estilo. Necesitaba
emborracharme. Una breve inyección para mi pesadilla.
No recuerdo un lugar
más repugnante, me senté al final de la barra, para disimular si alguna lágrima
se atrevía a intentar escapar, siempre queda alguna traviesa que acaba
superando la barrera de las pestañas. Es incómodo y hasta agobiante cuando te
preguntan qué te pasa. Supongo que sentía que cuando necesitara ayuda lo sabría
y daría el paso de hablar. Por el momento, tan solo quería estar sola.
Me hice camino entre motos desordenadas, y un
resplandeciente impala, me sorprendió no ver más coches. No recordaba la última
vez que vi uno de aquellos. Brillaba como no he visto nunca brillar un coche.
Había luna llena. Eso sí lo recuerdo perfectamente. ¿Cómo no iba a recordarlo,
a pesar de no ser lo más brillante de aquella noche? Llegué a la entrada y abrí
la chirriante puerta de aquel lugar. Mis ojos no tardaron en acostumbrarse al
interior, pues casi se estaba más oscuro dentro que fuera. Había dos o tres
fuentes de luz y bajo una de estas pocas ahí estaba ella. Radiante pelo cobrizo
recogido sin ningún orden, un caos contenido. Como todo en ella. Me quedé
atónito, no era un lugar en el que esperaba encontrarme a una mujer, y menos
sola, y por lo que parecía, frágil. Aun de pié, en la puerta, entorpeciendo el
paso, quería recorrerla con la mirada, estudiar cada gesto y movimiento de
cuerpo. Cada segundo era crucial. Mi mente seguía en esa cerveza helada, pero
debía ser a su lado. La vida se ralentizó y tuve el valor de decidir sentarme a
su lado en aquel mohoso taburete, en el momento en el que vi que giraba
cuidadosa y disimuladamente su rostro. Supe que debía hacerle compañía cuando
sus cristalinos ojos se cruzaron con los míos. Así, que allí fui.